jueves, 30 de septiembre de 2010

María Cecilia Nora Ramona del Carmen del Niño Jesús de Praga

Ayer fue el funeral de mi abuela, bueno, de una de mis abuelas, porque tengo la suerte de, hasta el martes, tener a las dos vivas. Eso, pienso, es más de lo que puede pedir una persona de 29 años.

Estoy triste, no he llorado todo lo que debería, pero me imagino que con el tiempo las lágrimas se irán disolviendo y la pena que tengo hoy (que me hace doler la cabeza) se irá pasando, es evidente que no soy la primera persona que pierde un familiar, pero es la primera vez que me pasa desde que "soy grande", ahora es distinto, mi abuelo paterno murió hace diez años atrás, y, con 19 años, aún cuando uno crea que es todo un adulto, no es verdad y las cosas pasan de una manera diferente; mi bisabuela murió cuando yo tenía 14 años y mi abuelo materno cuando iba a cumplir 3.

Hace unos años, alguien me dijo que cuando mis abuelas ya no estuvieran para preguntarle cosas y contar historias, se moriría una forma de ser que ya no existe: mujeres que dedican su vida a cuidar a su familia, aún con ganas de trabajar afuera del hogar, el esposo no se lo permitía, una persona que trata de cualquier manera de ayudar "al prójimo", desde su perspectiva tradicional y paternalista, claro, alguien muy, muy conservador, tanto como para escandalizarce con una niña de 4 años que no va a un colegio católico.

Mi abuela no era una persona perfecta, y no pretendo que alguien lo piense, pero me enseñó muchas cosas: recuerdo esas tardes bucólicas donde, después de almuerzo, se jugaba solitario y se iba a la cama a dormir la siesta; tardes de piscina en el jardín de la casa, cumpleaños y navidades debajo del parrón, onces con tostadas que venían con mantequilla desde la cocina, una asquerosa mermelada de alcayota, peinados estrambóticos y propina por retirar sus "primeras" canas, conversaciones sobre la vida antigua, recuerdos de ella que hoy son recuerdos míos.

Mi abuela me enseñó a bordar; no recuerdo si me enseñó directamente o, de tanto verla a ella y a mi bisabuela haciendo manteles, yo aprendí por iniciativa propia, pero lo concreto es que ahora ese es mi hobbie, me gusta bordar y, en honor a ella, me propongo terminar un cuadro para esta navidad, en lino.

El viernes mi mamá me avisó que la habían llevado a la clínica, así que salí del trabajo para visitarla, me dijo que se me había oscurecido el pelo. El sábado también la pude visitar, cuando llegué se incomodó un poco (no estoy segura de que me reconociera), pero hablamos de cosas banales que ahora no recuerdo, si, sí recuerdo que me pidió venir a conocer mi casa, que se tenía que mejorar para la inauguración. Y el lunes, corrí de la pega para llegar antes de las 19 hrs, alcancé a llegar, y hablamos de cosas sin sentido, hasta que, en su último ataque de lucidez, recordó que el sábado es la fiesta de cumpleaños de sus bisnietos, y que tenía que salir de la clínica y estar bien para ese día, luego la preparé para su comida y me despedí.

Ya el martes cuando llegué no estaba, cuando uno está inconsiente, ¿dónde está la conciencia?, me gustaría creer que ahora está en un lugar mejor, pero me cuesta, no tengo una formación muy religiosa, y, por más que trato, no estoy segura de que algún día nos volveremos a encontrar con la gente que queremos, ¿cómo nos vamos a encontrar? ¿como fuimos a los 15 años, o como eramos el día en que morimos? Pienso que quizá se metió en cada uno de nosotros, los que la acompañamos ese día y los que no pudieron estar, y que desde ese pedacito escondido dentro mío me acompaña, aunque eso es bastante egoísta, "me" acompaña, en realidad, ella merecería estar descansando y no acompañándonos o estando preocupada por nosotros. Ayer alguien me dijo que la vida es para buscar a Dios y la muerte para encontrarlo (palabras del Padre Hurtado), por la forma en que vivió mi abuela, espero que lo haya encontrado, a él y a mi abuelo, a sus papás, a sus hermanos, a todos los que a ella le gustaría encontrar.